CAMBIO DE ÉPOCA

El cambio de época se empieza a dar de forma acelerada. La necesidad de organizarse para vencer al tiempo desde una nueva concepción de la estrategia, que permita dar orientación y sentido a la realidad -y con ello generar nuevas condiciones beneficiosas para la gente-, requiere no sólo de buenas intenciones sino de hacer las cosas bien y a un ritmo prudentemente adecuado. Para eso hay que estar con ambos oídos atentos a lo que expresa el pueblo y con la mirada enfocada más allá del horizonte de la mediocridad.

Por Juan Martin Garay (*)

Estos 41 años de democracia no pueden ser reducidos solo a los medios que la misma emplea (votación, alternancia, división de poderes, etc.), sin ocuparnos de la progresiva mejora de las condiciones de vida que necesitan nuestros semejantes. Para el Justicialismo siempre fue ese su mayor principio rector, vale decir, facilitar mejores condiciones de posibilidades y mejorarle la vida a la gente. Jamás al revés. Por eso el malestar general fruto de esa imperfección democrática de este tiempo explica el surgimiento de extremos con impotencia, bronca y frustración. Esto que no es una generalidad, pasa a ser masivo en tanto y en cuanto la opinión pública lo masifica producto de la molestia misma.

Ocurre que en este cambio de época los problemas son más veloces que la rapidez de las palabras y de las consecuentes acciones para resolverlos. Pero más allá de la velocidad, debemos darnos cuenta que las buenas ideas, por buenas que sean, basadas en cuestiones cortoplacistas, no son la mejor opción. Este cambio también viene acompañado de reclamos en voz alta y muchos en voz baja. Para identificarlos no sólo basta con el oído sino con el “olfato social”. El “termómetro de la calle”.

Ciudadanía

Para la toma de decisiones democráticas y para el desarrollo sostenible, se necesita de una permanente construcción de ciudadanía. Algo que se ve afectado por el generalizado descontento que anida en el seno social. Existe un evidente quiebre político y social producto de una crisis de representatividad sostenida en el tiempo, esto genera desconfianza y trae aparejado una imposibilidad para ordenar la cohesión social. Sobre todo por las consecuencias de la carente relación directa entre la palabra empeñada y el cumplimiento de los compromisos asumidos a lo largo del último tiempo entre las ofertas electorales mayoritarias y la elección oportuna de la gente.

A la desconfianza existente en la actualidad se le suma la incertidumbre, eso complica la visión de futuro y con ello el despertar de la esperanza. Por eso el mayor desafío es recobrar la confianza en la gente desde las más sanas manifestaciones de la política. En este cambio de época habrá que dialogar mucho y lo suficiente, aún desde las diferencias, pero fundamentalmente sin violencias. Esto ayudará, de alguna manera, a construir ciudadanía que permita la toma de decisiones para realizar las reformas integrales necesarias para conseguir un punto de cohesión y proyección social que permita un mejor desarrollo humano.

El viento del cambio

Ante la realidad, debemos tener una actitud proclive al cambio acompañando el tiempo que se vive pero con una mirada crítica. Tenemos que dejar de soplar contra el viento y empezar a soplar a favor de él. Es un deber moral escuchar atentamente a una sociedad cada vez más demandante que lo hace a viva voz o por lo bajo. Hay que tener la honesta capacidad intelectual de poder cuestionarlo todo y dejarse interpelar por los vecinos.

Por eso debemos buscar soluciones sostenibles en el tiempo en vez de excusas para escapar a la realidad de la mano de peleas y disputas sin sentido. Sencillamente porque a la gente no le importan las peleas, sino que le interesa sean solucionados los problemas que los aquejan y que dependen de la voluntad y gestión de quienes tienen la responsabilidad para ello. Hay que salir al encuentro de nuevas soluciones a viejos problemas con la aplicación de “recetas” sustentables. Este momento de inflexión resulta ser el devenir de la propia realidad pero en un contexto claramente adverso.

Se acabó el diagnóstico

Como vemos, mirar para atrás y explicar lo que nos pasa es fácil. Pero necesitamos de pragmatismo interpretativo para apreciar lo dinámico del contexto actual y avanzar en consecuencia con acciones concretas. Pensemos en el desafío de como gestionar este presente que está marcado por una gran impaciencia social y también en como liderar el futuro de la mano de la esperanza. Porque gestionar es hacer correctamente las cosas, mientras que liderar es hacer las cosas correctas.

Para eso necesitamos de lideres de distinto género que se animen a afrontar este gran desafío que nos plantea la gente respecto del futuro aún no escrito. En este presente hay una sana incertidumbre en la que todavía está todo por hacerse, lo que sin lugar a dudas es la clave de este tiempo.

Heidegger, denominado el “filósofo del tiempo”, explica que el tiempo es “la inquietud de ser, y lo que hay existe en tanto se desarrolla temporalmente”. Por eso resulta interesante lo que expresa Hegel: “el gran hombre de una época es el que sabe formular con palabras el anhelo de su época, el que sabe decir a su época lo que ella anhela y sabe realizarlo. Lo que él hace es corazón y esencia de su época”. En este contexto no olvidemos lo importante, la gente. Vayamos por el protagonismo en este cambio de época donde aún está todo por hacerse. Lo nuestro es la gente.

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