La indecorosa huida de Guzmán del ministerio de Economía abrió un abanico de escenarios que obliga al presidente a tomar decisiones que él hubiese preferido no enfrentar por ahora.
Por AGUSTIN BORDAGARAY
La primera fotografía que se revela es la falta de correteo político de sus aliados en el gabinete, autodenominados “albetistas”, quienes intentan una confrontación directa contra Cristina, la que pierden por nocaut en los primeros rounds.
Primero fue el vocero de prensa, quien no alcanzó a subir al ring.
Luego aparece como refuerzo Matías Kulfas, intentando una opereta respecto a los contratos del gasoducto Néstor Kirchner, pero como dice el dicho popular “lo mandaron a espiar y movió la ligustrina”.
Ahora, como en las películas de acción, donde el héroe se enfrenta a un grupo de feroces atacantes, pero nadie sabe porque, lo pelean de a uno por vez, aparece en escena Guzmán, renunciando al momento en que Cristina daba su discurso quincenal, y lo único que logra es, no solo el repudio general por su accionar, sino que inmediatamente la dirigencia, los medios de comunicación y el pueblo, se preocuparan de su reemplazo, sin que nadie lo extrañe.
El ex ministro de economía estuvo, a mi entender, a la altura de su cargo, llevando adelante un proceso de renegociación de la deuda externa satisfactorio en el escenario de pandemia mundial, guerra entre Rusia y Ucrania que afecta a los mercados energéticos y de alimentos a nivel global, y el irresponsable –cuanto menos- endeudamiento que realiza el gobierno de Cambiemos de Macri y Frigerio.
Pero se afectó por un mal endémico de los ministros de economía de Argentina, se convierten – en su mente- en los salvadores de la patria.
Entonces piden la suma del poder, no entendiendo que son un engranaje de un gobierno, y que la llave y el volante de ese gobierno, lo tienen las autoridades elegidas por el pueblo.
Parece, también, que Guzmán no entiende demasiado la realidad del país, donde la economía y la política se mezclan constantemente, porque el pueblo demanda soluciones inmediatas ya que su padecer no tiene tiempo de espera, y la función del gobierno es atender esas necesidades ahora, mientras la macro economía se recupera de la pandemia macrista.
En definitiva, las infantiles armas empleadas por los “albertistas”, en su afán de pelear a Cristina, lo terminan mellando al propio presidente, quien se ve, repito, en la necesidad de tomar decisiones que preferiría no tomar.
Alberto llega a la presidencia de la mano de una coalición política que, a diferencia de las coaliciones anteriores que gobernaron el país, no es solamente una unión electoral, sino que viene a gobernar los años que les otorgue la sociedad.
Solo para comparar con las últimas, la Alianza fue una coalición electoral que explotó por los aires ni bien arrancó ya que carecía de la más mínima cohesión y conducción.
Cambiemos también es un fiasco gobernando, ya que llega como un frente, pero el autoritarismo de Macri y la sumisión de la UCR los convirtió en un grupo de aplaudidores y explicadores de los desaciertos del grupo PRO.
En este caso, y hablando del frente, la conducción es tripartita. Alberto, ungido presidente, Massa aportando un caudal de votos que permite el triunfo electoral, y Cristina, que es la base del frente ya que aporta la mayor cantidad de adherentes.
Pero, como ya dije, este frente no vino solo a ganar una elección, sino que llega para gobernar.
Por ello a Alberto, quien es el que lleva delante las riendas del país, tiene que aprender, sin antecedentes históricos, como manejar los hilos de una coalición ahora gobernante y con co-conductores de un enorme peso político.
Esta nueva forma de conducción lleva inexorablemente al consenso, cuestión que el presidente tiene presente para afuera, pero que le cuesta muchísimo para adentro del gobierno.
Por eso la huida de Guzmán lo pone en el aprieto de colocar en el ministerio de Economía a un ministro que responda a las voluntades de los tres líderes.
Intenta primero aliarse solo con Massa, pero este último, un “bicho político” no quiere arriesgar su futuro a las disputas Alberto- Cristina, y que lo “lleve puesto”. Entonces exige un acuerdo unánime.
Massa sabe que toma en estas circunstancias un protagonismo impensado hace un corto tiempo atrás, convirtiéndose en el artífice de la unidad y el garante de una gestión política que tiene a los otros dos protagonistas desgastados. Massa, desde la jefatura de gabinete o desde la presidencia de la cámara de Diputados, es el consultor obligado para propios y extraños.
También aparece en escena un actor, hasta ahora de reparto en esta coalición, Daniel Scioli, quien se hace cargo de la gestión económica desde su rol de ministro de Producción y la incorporación de quien fuera su ministra de economía, Silvina Batakis.
También toca por estos momentos, al presidente, quitar el crucero de vuelo, para decidir el rumbo económico, y sobre todo social del país.
Hasta el viernes, luego de atemperar una corrida –otra de las tantas- cambiaria, Alberto puede mostrar índices macro económicos con que orgullecer se, en un contexto de crisis mundial parecido a la pos explosión del mercado bancario estadounidense tanto de la década del 30 del siglo pasado como en la primera década del este siglo.
Renegociación de la deuda pública, incluido el FMI, mejora en el crecimiento económico, mejora en la balanza comercial, incremento en las inversiones, todos son buenas noticias para el país.
Por otro lado, la inflación, la caída real de los salarios, la endeblez de los mercados financieros, la regresión del sistema tributario, el ajuste del gasto público como única salida para la disminución del déficit fiscal, generan en el pueblo un malestar que está saliendo a la luz en forma de reclamo y que sin dudas replicará en las elecciones venideras.
Pero Alberto estaba convencido que con el prestigio internacional del ministro de economía, y con teoría del derrame ayudada por un estado más presente pero no imperativo, alcanzaba para revertir esta situación.
La realidad le impone otra cosa. Por ello la llegada del Sciolismo a economía traerá, es de esperar, un manejo responsable de las cuentas públicas conjuntamente con la atención puesta en las urgencias que la población reclama.
Esto parece conformar a todos. Esperamos una cumbre que cierre, no las diferencias, sino las peleas públicas.