El evangelio del domingo relata una parábola de Jesús por la cual un viñatero visita la plaza de la ciudad en diferentes horas del día y ofrece trabajo a los jornaleros que están esperando ser contratados. Al final del día les paga la misma cantidad de dinero a todos, sin importar a qué hora lo contrató. Cuando escucha el reclamo de los primeros contratados, el viñatero responde “No estoy siendo injusto con vosotros, amigo. ¿No aceptasteis trabajar por un denario? Toma tu paga y vete. Quiero dar al último contratado lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a hacer lo que quiera con mi propio dinero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno?”.
Por Agustín Bordagaray
Esta parábola está lejos de ser una enseñanza de derecho laboral, busca reflejar la disposición de Dios respecto a quienes se acerca a su camino y trabajan en su nombre, sin importar el momento.
Como toda la palabra de Dios, aquellas enseñanzas se pueden traer a la actualidad y brindar luz a las discusiones y problemas del momento.
En el marco de la jornada mundial del migrante y del refugiado 2023 esta parábola se presenta con toda su crudeza.
Somos un pueblo que se desarrolló por el aporte de tantos migrantes que buscaron en Argentina su lugar para vivir, formar su familia, trabajar.
Gracias a esos aportes, hoy podemos disfrutar de muchos avances que hicieron a este país un lugar digno para nosotros y nuestros hijos.
Pero, se escuchan voces que pretenden cerrar las fronteras y aislar al país con la excusa que los migrantes son una carga que debemos soportar.
El solo hecho de haber nacido en este territorio, parece que nos otorga un derecho de propiedad sobre el territorio y sus frutos, que les son vedados a quienes adoptan el país como su hogar. Reclamamos –tal como lo hicieron los jornaleros que trabajaron desde la primera hora- un privilegio respecto a quienes llegaron después, aun cuando recibimos del pueblo argentino lo que está pactado por la Constitución que recibamos. Y si eso no pasa, culpamos de estos déficits a los migrantes.
Pero esa visión egoísta de la sociedad se ha expandido hasta a nuestros propios paisanos.
Ya no solo no aceptan a los migrantes de otros países, sino que también reclaman respecto a los migrantes de otros lugares, aunque sean argentinos como nosotros.
Y lo más preocupante es que esas voces van calando en el corazón de muchos compatriotas que encuentran en tales argumentos su justificación, sin pensar que, en las provincias del interior, la emigración de nuestros hijos y familiares es muy frecuente y adoptan en otros lugares el mismo status que rechazamos en nuestras localidades.
El papa Francisco, en su mensaje para la 109ª Jornada Mundial del migrante y del refugiado 2023 expresa claramente: “«Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (Mt 25,35-36).
Estas palabras resuenan como una exhortación constante a reconocer en el migrante no sólo un hermano o una hermana en dificultad, sino a Cristo mismo que llama a nuestra puerta.
Por eso, mientras trabajamos para que toda migración pueda ser fruto de una decisión libre, estamos llamados a tener el máximo respeto por la dignidad de cada migrante; y esto significa acompañar y gobernar los flujos del mejor modo posible, construyendo puentes y no muros, ampliando los canales para una migración segura y regular.
Dondequiera que decidamos construir nuestro futuro, en el país donde hemos nacido o en otro lugar, lo importante es que haya siempre allí una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción y sin dejar a nadie fuera.
También puede abordarse esta parábola desde el punto de vista del significado de justicia, de reinserción en la sociedad, del trato a los marginados, de la meritocracia.
Dijo Benedicto XVI, en oportunidad de su visita a la cárcel de Rebbbia en Roma: “Queridos hermanos y hermanas, la justicia humana y la divina son muy diferentes. Cierto, los hombres no pueden aplicar la justicia divina, pero deben al menos apuntar a ella, tratar de captar el espíritu profundo que la anima, para que ilumine también la justicia humana, para evitar –como lamentablemente no pocas veces sucede– que el detenido se convierta en un excluido. Dios, en efecto, es Aquél que proclama la justicia con fuerza, pero que, al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia.
La parábola del Evangelio de Mateo (20,1-16) sobre los trabajadores llamados a jornada en la viña nos hace comprender en qué consiste esta diferencia entre la justicia humana y la divina, porque hace explícita la delicada relación entre justicia y misericordia…
La cuestión tiene que ver con la generosidad –considerada por los presentes como injusticia- del amo de la viña, el cual decide dar la misma paga tanto a los trabajadores de la mañana como a los últimos en la tarde. En la óptica humana, esta decisión es una auténtica injusticia, en la óptima de Dios un acto de bondad, porque la justicia divina da cada uno lo suyo y, además, incluye la misericordia y el perdón.
Justicia y misericordia, justicia y caridad, bisagras de la doctrina social de la Iglesia, son dos realidades diferentes sólo para nosotros los hombres, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor. Justo, para nosotros, es “lo que se debe al otro”, mientras que misericordioso es lo que se dona por bondad. Y una cosa parece excluir a la otra. Pero para Dios no es así: en Él, justicia y caridad coinciden; no hay acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.
¡Qué lejana está la lógica de Dios de la nuestra! ¡Y que diferente es de nuestro modo de actuar! El Señor nos invita a acoger y observar el verdadero espíritu de la ley, para darle pleno cumplimiento en el amor hacia quien lo necesita. «Pleno cumplimiento de la ley es el amor, escribe san Pablo (Rm 13,10): nuestra justicia será tanto más perfecta cuanto más esté animada por el amor por Dios y por los hermanos.
Queridos amigos, el sistema de detención gira en torno a dos puntos de referencia, ambos importantes: por un lado, tutelar a la sociedad de eventuales amenazas, por otro, reintegrar a quien ha cometido un error sin pisotear su dignidad y sin excluirlo de la vida social. Ambos aspectos tienen su relevancia y pretenden no crear aquél “abismo” entre la realidad carcelaria real y la pensada por la ley, que prevé como elemento fundamental la función reeducadora de la pena y el respeto de los derechos y de la dignidad de las personas. La vida humana pertenece sólo a Dios, que nos ha regalado, y no está abandonada a la merced de nadie, ¡ni siquiera a nuestro libre albedrío! Estamos llamado a custodiar la perla preciosa de nuestra vida y la de los demás.
Como conclusión, los invito a sumarnos para hacer efectivo el preámbulo de nuestra Constitución:
“… reunidos…, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia…”